Hoy os voy a mostrar una transformación que no hice para ningún cliente si no para mí misma (porque yo lo valgo...). Se trata de una cómoda de la habitación que cuando yo era jovencita, más todavía, tenía en casa de mis padres. El resto de la habitación aún sigue allí pero ya iré poco a poco apropiándome de ella. Es el típico dormitorio de muebles castellanos de roble muy oscuro y bastante serios, nada que ver con lo que en decoración juvenil se lleva ahora. Como se me olvidó hacer fotos del antes, es que me emociono cuando empiezo algún proyecto y se me olvida todoooo, os pongo una foto del armazón de la cómoda pero sin los cajones, ya que esos fueron los primeros que cayeron en mis manos... Pero bueno os hacéis una idea ¿no?.
Como veréis tenía mucho brillo, fruto de los años y años de capas de barnices brillantes, ya sabéis antiguamente cada vez que se hacía la limpieza de primavera a barnizar todo para que brille y quede como nuevo.
El proceso el de siempre, decapar, dar imprimación y pintar. Quería dejar el sobre de la cómoda en su color original por lo que después de decapar le dí dos manos de tapaporos y después la cera mezclada con un poquito de betún de judea. El resto lo pinté en blanco roto y finalmente protegí con un barniz acrílico satinado.
Los tiradores originales, como eran muy serios, los cambié por unos de Zara Home. Tienen unos tiradores preciosos que utilizo con frecuencia en mis muebles y también para hacer unos colgadores que ya os enseñaré.
En el interior de los cajones le puse un precioso papel adhesivo con flores en crudo que quedaban muy bien con el blanco roto.
Y así quedó mi cómoda.
Madre mía, cuántos tesoritos han guardado esos cajones, ya que desde muy pequeña lo guardaba todo: las entradas de conciertos, las cartas de los primeros novietes... Ahora luce en la habitación que comparto con mi marido y le espera una nueva y larga vida. Espero que os guste.